Retorno

De los filósofos que invadieron mi estantería el último año de instituto, al que recuerdo con más claridad es a Nietzsche. Por su aura de maldito, supongo. La fascinación hacia quienes han tenido una vida desgraciada es uno de mis peores defectos. Lo digo con sinceridad: idealizar a personajes con una historia convulsa conduce a irritantes ejercicios de pedantería, con tal de poner de relieve el inmenso talento que la mayoría no supo o no sabe apreciar. Pese a detestar mi condición de mitómano de causas perdidas, no puedo dejar de admirar a quien admiro.

Nietzsche, decía, y mi admiración por él. A su malditismo tengo que sumarle como  la teoría descabellada del eterno retorno. Él lo narra como fruto de una revelación. Los cínicos ya la habían enunciado siglos antes. Sea como fuere, desde el punto de vista literario es irresistible. El eterno retorno es la creencia de que estamos aquí, bajo este cielo y siguiendo los mismos senderos de manera perpetua, durante una eterna repetición del mundo. La creación y extinción del planeta se reproduce como una función teatral: una y otra vez los mismos actores interpretando el mismo guion, sin lugar a la improvisación más leve. Así, estaremos en cartel durante toda la eternidad. Nuestros pasos, según esto, no son nuevos, tampoco nuestras decisiones. Al caminar, simplemente perseguimos una estela invisible donde están imprimidas huellas pasadas y futuras. Es una incesante vuelta a las mismas calles para cruzamos con las mismas caras. Perseguirnos es nuestro destino.

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«¡Esta noche juega el Trinche!»

Rosario és la tercera ciutat més poblada de l’Argentina. El nom li ve de la pregària cristiana, que amb el temps s’ha convertit també en nom de dona. Potser no cal oblidar aquests dos detalls per contar la llegenda del futbol d’aquesta ciutat.

Per damunt de tot, Rosario és passió i talent. El futbol naix en Rosario al potrero, els camps de terra, fang, o males herbes, i la seua màxima expressió en la rivalitat entre els canalles de Rosario Central i la lepra, Newell’s Old Boys, dos equips dels que saben assaborir la glòria quan la toquen, i que tantes vegades es resignen a salvar la temporada guanyant injustament si cal a l’etern rival (tot i que des del 2010 ni això, ja que Central està a segona). La llegenda de Rosario diu que a les ribes del Paraná, cuna dels messíes Leo o Guevara, el futbol es converteix en pura bellesa. Els contes Roberto Fontanarrosa (19 de diciembre de 1971, per entendre què és assaborir la glòria ) contribueixen a alimentar la llegenda, que Jorge Valdano –ex de Newell’s –resumeix amb que Rosario és una manera exagerada de ser argentí. I això, de vegades, es duu fins a les últimes conseqüències. I és que la mística de Rosario soporta pitjor l’èxit indiscutible de Messi que als ídols caiguts, la glòria passatgera, la sensació romàntica del que podria haver sigut i no fou. I si algun futbolista representa això, és un altre rosarí, Tomás Felipe Carlovich, “El Trinche”.

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Veinte apuntes del Valencia y el Levante para dummies

Ordenar ideas es un trabajo de verano. En invierno, los pensamientos vienen solos y se niegan a alinearse y buscar conexiones entre sí. Aquí va una lista de ocurrencias aisladas sobre el fútbol, el derbi y el río Turia (que nace en Muela de San Juan).

Apunte 0: Hay derbi valenciano en cuartos de final de la Copa del Rey. Valenciano significa, en este caso, de la ciudad de Valencia.

Apunte 1: En la ciudad de Valencia, si eres del Valencia no puedes ser de otro equipo, pongamos el Racing de Santander, por coincidencia de colores. Es un trabajo a tiempo completo. Si eres del Levante, en cambio, es probable que también seas del Barça, por coincidencia de colores, o incluso del Real Madrid.

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Rebote

El partido llegaba al descanso con el miserable empate a cero con el que había comenzado. Ya casi daba igual lo que hicieran aquellos apáticos jugadores en el rectángulo de juego. Podían irse al carajo, si querían. Seguramente ellos, el entrenador, y los cerca de diez mil aburridos espectadores, solo pensaban en que un gol provocado por una conjunción de astros propiciara la victoria local contra un equipo que militaba dos categorías por debajo y con el que no hacía demasiado había empatado con el mismo resultado actual. El gol, por tanto, daría el pase a la siguiente fase de la competición copera y permitiría al club unas navidades tranquilas, lejos del foco abrasador de la prensa más reaccionaria. Antes de llegar al estadio, sus compañeros de fatiga le habían comentado que el ambiente en torno al equipo seguía igual de apático que siempre, y eso que las cosas marchaban relativamente bien. Pero era algo que él ya sabía cuando se fue, hacía meses. Es el pesimismo que contamina el aire de esta ciudad, el que impide a la gente ilusionarse con nada, ni siquiera con algo tan propenso a provocar pequeñas y fugaces alegrías como el fútbol.

A decir verdad, no había prestado mucha atención al juego. Culpa de eso, sin duda, la tenían los cabellos rubios de una joven sentada apenas dos filas más abajo, los cuales habían estado allí cada fin de semana de los últimos dieciséis años. Se podría decir que aquella chica y él habían crecido juntos. De ella sabía que se llamaba Cristina porque se lo había oído al señor que la acompañaba desde que era un renacuajo, y que debía ser su padre. Sabía que fue una niña repelente y caprichosa porque durante algunos partidos, hace más de diez años, su padre había tenido que dejar el sagrado oficio de vociferar al árbitro, en mitad del segundo tiempo, para comprarle algunos paquetes de patatas fritas. Alguna vez incluso tuvo que sacarla del estadio cuando esta daba por concluido el espectáculo con sonoras quejas, quince minutos antes del final establecido por las normas del juego. Esa niña odiosa, con los años, se había convertido en una adolescente entusiasta del juego y, finalmente en una joven seguidora más bien relajada y, eso sí, siempre fiel a su cita con el equipo. También intuía que prefería arroparse ante el frío a ahogarse de calor, porque no había dejado de acudir ni un solo partido durante el invierno, pero se perdía los veraniegos inicios de temporada, quizás refugiada en algún lugar lejano a la sofocante ciudad. Y se había dado cuenta, con el paso de los años, de que compartían afición por algunos jugadores, normalmente denostados por el resto de la grada. Esos malditos que nunca llegaban a hilar una temporada notable, pero eran capaces de iluminar la noche más anodina con un único pase que desafíara las leyes de la física. Lo sabía, en efecto, por los dorsales que ella lucía en las camisetas con las que acudía al campo, seguramente obsequio de un padre con casi la misma devoción por el equipo de su vida que por la niña de su vida.

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La felicitat és possible

En un dia com aquest on els tòpics ens porten als bons sentiments i pregonar al vent els millors desitjos, al món del futbol, qui millor que en Pep Guardiola per representar tot això. La comparació nadalenca és facilona però no del tot inexacta en una persona que, com el Pare Nöel o el propi Caga Tió, ha fet tants regals i ha generat tanta il·lusió a moltíssima gent. Al futbol, l’empremta de Guardiola romandrà no solament per ser un Pare Nöel, fervent idealista del futbol d’atac, sinó de demostrar, per sempre, que aquest és possible. De tancar –de moment almenys, la batalla entre el bé i el mal sembla eterna –el vell debat que condemnava el futbol entre jugar bé i guanyar.

Guardiola és una llegenda del Barça des que els blaugranes el van conéixer. Aquell xaval espigat va convertir-se en el 4 del Dream Team de Cruyff. L’holandès no va patir quan el cervell de l’equip, Luis Milla, enfilava la meseta cap al Real Madrid. En tinc un de millor, va dir. Com s’ha dit tantes vegades, Guardiola no tenia ni un físic ni una tècnica privilegiades. Era el seu cap allò privilegiat. Però no solament per la intel·ligència que li dotava del criteri per dirigir l’equip, sinó també per la passió pel joc (en anglès, the beautiful game), que com apunta David Trueba en un impressionant retrat seu, té arrels profundes.

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Una tarde

La tarde del 10 de diciembre de 2011 fue una tarde intrascendente que sólo esperaba a convertirse en noche, en la que el aire flotaba mientras la ciudad se hacía brillante y los bares se llenaban. Se jugó aquel día un Madrid-Barça. Uno más, tan intrascendente como aquella tarde. En los telediarios contaban las horas desde días atrás, y yo estaba a punto de vomitar de sobredosis bipartidista.

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El penúltimo asalto de Gattuso

El Milan tienen motivos para el entusiasmo. En la Serie A solo la Juventus está por encima de ellos, ayer certificaron el pase a octavos de final de la Champions League tras una ronda en la que incluso lograron plantarle cara al Barcelona y, lo que es más importante: el Inter vaga por los últimos puestos de la clasificación. Para mayor regocijo rossonero, la última ocurrencia de Moratti para salvar los muebles ha sido acudir a Claudio Ranieri. En Milanello no podrían marchar mejor las cosas.

A todo esto hay que sumarle dos grandiosas incorporaciones. Por un lado está el flamante fichaje de Tévez, el argentino que obró el milagro de unir a las aficiones rivales de Manchester por una causa común: desear al ‘apache’ una triste y dolorosa decadencia. Carlos Tévez aterriza en Milán para completar la mejor colección de delanteros del equipo en la última década y, de paso, para rejuvenecer el vestuario. El chaval solo tiene veintisiete años, un pipiolo al que adiestrar por los Seedorf (35), Inzaghi (38) o Nesta (35).

El otro que corretea por el campo de entrenamiento -si es que alguna vez dejó de hacerlo-, es Gennaro Gattuso. El veterano centrocampista ha pasado por un calvario este inicio de temporada. Hace ya tres meses que, en un partido contra la Lazio, tuvo que retirarse tras chocar con su compañero Nesta en una acción del partido. Un mes después convocaba una rueda de prensa para anunciar que sufría una lesión en un nervio craneal que le distorsionaba el campo de visión.

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Després de Barranquilla

L’atur de les grans competicions de clubs pel futbol internacional deixa possiblement en un buit existencial al seguidor europeu durant un cap de setmana. Afortunadament per al Banc Central Europeu (no fora cosa que la gent, ociosa, pensara, s’organitzara i tota Europa imitara a Islàndia) i la seua colla de deixebles, els clubs descansen només durant una setmana i les seues principals estrelles poden seguir-se juguen al país on juguen. Fins i tot, hi ha vegades que s’hi juguen bons partits, com el decisiu Portugal – Bòsnia (una Eurocopa sense Cristiano Ronaldo?) o un clàssic europeu entre Alemanya i Holanda. No fou el cas de la visita a Espanya a Costa Rica, ni menys encara del duel entre Colòmbia i Argentina a Barranquilla. Si bé els de Del Bosque poden permetre’s, amb una classificació impoluta per a l’Eurocopa, una migdiada caribenca amb un atropellat despertar final que dissimule els seus problemes, el descrèdit que ha acumulat Argentina als darrers tornejos internacionals l’obliga en cada partit a demostrar que està a l’altura del seu potencial. I no ho aconsegueix.

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Anarquía

Lo dijo Paddy Crerand, un viejo exjugador escocés: “si algún día las tácticas alcanzan la perfección el resultado será 0-0. Y no habrá nadie allí para verlo”. Mr. Crerand jugó en el Manchester United durante los gloriosos sesenta, siendo a la vez corazón y pulmón de un equipo que contaba con gente como Bobby Charlton y George Best. ‘Paddy’, además de todo eso, también puede apuntarse un título honorífico por la sentencia. De paso, deja ver que Best, Shankly o Ferguson no son los únicos con licencia en Reino Unido para figurar en los libros de citas.

En este angustioso fin de semana sin Liga -las selecciones, como las bicicletas, son para el verano- despunta un partido que quizás aglutine ante el televisor a un buen puñado de nostálgicos, de cuando al título opositaban tres y hasta cuatro equipos. En la esquina superior izquierda del mapa de la península, junto a la playa de Riazor, dos equipos gallegos volverán a verse las caras con el regusto agridulce que deja el recuerdo de tiempos mejores. Juan Carlos Valerón, futbolista que no jugador de fútbol -él mismo lo dijo- y capitán del Deportivo de La Coruña, guarda en sus botas la melancolía de quien aspiró el ambiente de estos partidos en la cumbre y ahora vaga en un exilio del que no sabe si volverá.

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¿Germa… qué?

Vergüenza infinita para Ferguson. Esa fue la condena al Sir escocés por el delito de la derrota. No una cualquiera, está claro, ni siquiera una escandalosa, como la que sugiere un resultado tan abultado como un 1-6. La pena, que solo se perdonará por fallecimiento del condenado, se impuso tras la perder el derby de Manchester. John Carlin lo explicaba hace unos días. El estruendo de los seis goles en Old Trafford retumbará en los tímpanos de los aficionados de uno y otro equipo durante generaciones. Los derbis son así. Al menos en la vieja Inglaterra, reticente a abandonar ciertas tradiciones tan crueles como la humillación continua al equipo vecino.

Algo parecido le pasará a Luis Enrique, solo que a este quizás nadie le avisó cuando cogió su maleta rumbo a Roma. Si tiene suerte en su aventura italiana llegará a acostumbrarse a estas cosas. Quizás llegue a triunfar en el calcio o es posible que simplemente salve los muebles con un puesto digno en la clasificación. Pero durante un tiempo -puede que demasiado- tendrá que cargar con la losa de haber caido en el primer derby de la capital contra la Lazio. En Roma los enfrentamientos entre giallorossi y biancazzurri constituyen una competición paralela en la que la vergogna y la gloria posteriores al partido son títulos mucho más duraderos que el metal de las copas.

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