Després de Barranquilla

L’atur de les grans competicions de clubs pel futbol internacional deixa possiblement en un buit existencial al seguidor europeu durant un cap de setmana. Afortunadament per al Banc Central Europeu (no fora cosa que la gent, ociosa, pensara, s’organitzara i tota Europa imitara a Islàndia) i la seua colla de deixebles, els clubs descansen només durant una setmana i les seues principals estrelles poden seguir-se juguen al país on juguen. Fins i tot, hi ha vegades que s’hi juguen bons partits, com el decisiu Portugal – Bòsnia (una Eurocopa sense Cristiano Ronaldo?) o un clàssic europeu entre Alemanya i Holanda. No fou el cas de la visita a Espanya a Costa Rica, ni menys encara del duel entre Colòmbia i Argentina a Barranquilla. Si bé els de Del Bosque poden permetre’s, amb una classificació impoluta per a l’Eurocopa, una migdiada caribenca amb un atropellat despertar final que dissimule els seus problemes, el descrèdit que ha acumulat Argentina als darrers tornejos internacionals l’obliga en cada partit a demostrar que està a l’altura del seu potencial. I no ho aconsegueix.

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Anarquía

Lo dijo Paddy Crerand, un viejo exjugador escocés: “si algún día las tácticas alcanzan la perfección el resultado será 0-0. Y no habrá nadie allí para verlo”. Mr. Crerand jugó en el Manchester United durante los gloriosos sesenta, siendo a la vez corazón y pulmón de un equipo que contaba con gente como Bobby Charlton y George Best. ‘Paddy’, además de todo eso, también puede apuntarse un título honorífico por la sentencia. De paso, deja ver que Best, Shankly o Ferguson no son los únicos con licencia en Reino Unido para figurar en los libros de citas.

En este angustioso fin de semana sin Liga -las selecciones, como las bicicletas, son para el verano- despunta un partido que quizás aglutine ante el televisor a un buen puñado de nostálgicos, de cuando al título opositaban tres y hasta cuatro equipos. En la esquina superior izquierda del mapa de la península, junto a la playa de Riazor, dos equipos gallegos volverán a verse las caras con el regusto agridulce que deja el recuerdo de tiempos mejores. Juan Carlos Valerón, futbolista que no jugador de fútbol -él mismo lo dijo- y capitán del Deportivo de La Coruña, guarda en sus botas la melancolía de quien aspiró el ambiente de estos partidos en la cumbre y ahora vaga en un exilio del que no sabe si volverá.

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¿Germa… qué?

Vergüenza infinita para Ferguson. Esa fue la condena al Sir escocés por el delito de la derrota. No una cualquiera, está claro, ni siquiera una escandalosa, como la que sugiere un resultado tan abultado como un 1-6. La pena, que solo se perdonará por fallecimiento del condenado, se impuso tras la perder el derby de Manchester. John Carlin lo explicaba hace unos días. El estruendo de los seis goles en Old Trafford retumbará en los tímpanos de los aficionados de uno y otro equipo durante generaciones. Los derbis son así. Al menos en la vieja Inglaterra, reticente a abandonar ciertas tradiciones tan crueles como la humillación continua al equipo vecino.

Algo parecido le pasará a Luis Enrique, solo que a este quizás nadie le avisó cuando cogió su maleta rumbo a Roma. Si tiene suerte en su aventura italiana llegará a acostumbrarse a estas cosas. Quizás llegue a triunfar en el calcio o es posible que simplemente salve los muebles con un puesto digno en la clasificación. Pero durante un tiempo -puede que demasiado- tendrá que cargar con la losa de haber caido en el primer derby de la capital contra la Lazio. En Roma los enfrentamientos entre giallorossi y biancazzurri constituyen una competición paralela en la que la vergogna y la gloria posteriores al partido son títulos mucho más duraderos que el metal de las copas.

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